jueves, 14 de noviembre de 2013

Masculinidad (hegemónica) en crisis, desuniversalizar el modelo.


Priscila González Badilla

En la Revista Ya, de El Mercurio (suplemento de circulación semanal), apareció un día de octubre con un artículo tomado de The Sunday Times, traducido como “La crisis de la masculinidad”.

En el artículo de tres páginas, se ofrece una visión compasiva de la aparente “crisis” de los roles de género, más que de la masculinidad. Se señala que la independencia femenina ha derribado los “estándares que definen lo que se espera de un hombre”, como si esos estándares no fueran, de por sí, construcciones sociales en un contexto y con una historia perfectamente relatable.

La autora del artículo señala que la parlamentaria británica Diane Abbott argumenta que la crisis vivida hoy “Es el resultado de una ‘cultura del Jack Daniels y del Viagra’, en la que los niños crecen demasiado rápido, pero nunca llegan a ser adultos maduros, sino que permanecen en una eterna adolescencia fanfarrona” (Mills, 2013).

 “Papá” ha sido más una imagen legendaria en los sectores populares más que el modelo que hoy está en “crisis”. Como proveedor, ha sido inestable y quien permaneció junto a la prole fue la madre, aunque no como una imagen sacralizada, sino tan solo por el hecho de que para las madres desprenderse de sus hijos no es un asunto tan sencillo[1].


La historia ha mitificado el papel de las mujeres en el mundo laboral. Se habla en la actualidad de “la inserción de la mujer en el mercado del trabajo”, cuando, desde el género y la clase es una perspectiva injusta: las mujeres, especialmente las mujeres de clases populares siempre han estado a cargo de proveer de seguridad, alimento y afecto a los hijos y demás seres de cuidado y dependencia.  Desde el campo al rancho y a la industria, las mujeres no esperaron a depender de un hombre para sobrevivir: “Algo cambió la situación después de 1860. La industria manufacturera comenzó a desarrollarse en varias ciudades y muchas mujeres ‘abandonadas’ hallaron en el trabajo asalariado una vía de escape a la servidumbre perpetua en que se hallaban sumidas […]. Ganar un ‘salario’, aunque fuera de explotación, significaba para ellas independencia, la posibilidad de trabajar en casa junto a sus hijos, de comprar su propia máquina de coser y de acabar con su larga historia de servidumbres ‘a ración y sin salario’”. (Salazar, 2006/2009, págs. 42-43).

En muchas representaciones sociales, el padre es la figura de autoridad y referente familiar: “[…] Pero esta función estatutaria (y muchas veces autoritarias) del padre está acompañada en los relatos por su lejanía en todo lo referente a la organización cotidiana de la familia. El ‘padre de antes’, como terminaron diciendo algunos, o sea el padre de los que hoy tienen entre 40 y 55 años, se caracterizaba por una carga simbólica indiscutida, pero su figura estaba marcada, también, por una inexistencia cotidiana casi absoluta. Una ausencia que terminaba por poner en cuestión su solidez” (Araujo & Martuccelii, 2012, pág. 148). 

Más injusto aún ha sido la subvaloración de las mujeres en tanto trabajadoras y cuidadoras de las funciones reproductivas, tal como ya hace poco más de 60 años, Simone de Beauvoir expresaba en El segundo sexo. [2] La crisis de la masculinidad giraría en torno a los roles de género articulados en un sistema de sexo-género[3] llevado en apariencia a un plano natural; los roles de cada género constituyen un mandato ineludible y emplazan a los individuos a hacerse cargo de su papel en el mundo, pero hoy desde los estudios de género entendemos que “Lo que define al género es la acción simbólica colectiva”. (Lamas, 1999, pág. 158).

Hablar de la crisis de la masculinidad, pone entredicho a los movimientos feministas, se cuestionan las transformaciones sociales que fueron impulsados por esa bandera, por cuanto Mills señala en su artículo que:“Sin embargo, a medida que los empleos estables, que garantizaron alguna vez las industrias pesadas y manufactureras, fueron desapareciendo y que el feminismo y las costumbres sociales cambiantes y el apoyo del Estado hicieron que fuera más aceptable para las mujeres ser madres solteras” (El énfasis es mío).
Para los estudios de género y de masculinidades, el fenómeno debe entenderse mediante la incorporación al análisis de la estructura patriarcal, opresora tanto de mujeres en un sentido evidente como de los hombres en un sentido más oculto, subyacente. Pero son sobre todo los hombres de sectores populares los que se limitan a un modelo hegemónico[4] opresor acerca de la manera de ser hombres.

Así, “El patriarcado limita la existencia del hombre a una lucha estéril por la adquisición del mayor poder posible, lucha que al favorecer tan solo a la cúspide de la pirámide jerárquica patriarcal genera necesariamente una frustración generalizada, origen de mucho sufrimiento psíquico y físico tanto de hombres insatisfechos e inseguros como de sus víctimas”. (Martín, 2007, pág. 100).

Los varones santiaguinos del estudio de Olavarría y Valdés (1998) no identifican que haya una masculinidad en  crisis. Si bien hay interrogantes, especialmente por parte de los hombres de sectores altos y medios altos en torno a los roles de género y a la construcción oprimida de su identidad como seres masculinos, no hay un cuestionamiento de fondo. “Los varones de sectores populares no consideran que la identidad masculina dominante esté en crisis” (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 17). A pesar de que “casi la totalidad de los varones siente que desde siempre han sido hombres, que tienen pene, que así nacieron y eso es suficiente, los identifica y los distingue de las mujeres”. (Olavarría & Valdés, 1998, págs. 14-15), se reconoce que, para lograr la adultez masculina, se deben seguir  pautas de conducta del género que de las que no pueden escapar, son requisito para probar la masculinidad ante la sociedad: “Para lograr la adultez, el varón requiere de la aceptación por parte de dos interlocutores indispensables: los otros hombres y las mujeres. Ambos son referentes con los que se compara en su proceso de hacerse hombre; se constituyen en garantes de su masculinidad, permitiéndole definirse como varón”. (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 16).

El artículo de la Revista Ya señala que el principal factor de crisis tiene relación con la pérdida de la masculinidad en torno al rol proveedor del varón en la familia. Tal modelo de familia es cuestionable como modelo natural en el que las personas deben crecer[5]. El rol proveedor tampoco se sustenta en la historia, menos aún en la historia de las clases populares[6]. La masificación del trabajo asalariado evidenció el doble trabajo de las mujeres por las familias, compuestas en su mayoría por la madre con los hijos, con un padre ausente. Ell salario femenino tiene una fuerte carga simbólica para los roles de género: “Para la mujer casada, el salario representa, en general, más que un complemento; para la ‘mujer que se hace ayudar’, es la ayuda masculina la que aparece como inesencial; pero ni una ni otra compran con su esfuerzo personal una independencia total […]  La mujer que se libera económicamente del hombre no se encuentra por ello en una situación moral, social y psicológica idéntica a la del hombre” (De Beauvoir, 1949/2012, pág. 677).

Como si esto fuera poco, Araujo & Martuccelli han identificado a ciertos aspectos de la relación de pareja de los chilenos en torno al cuidado de los maridos por parte de las mujeres: “Ser madre del marido aumenta la ya abultada agenda de tareas prácticas y emocionales. Otra razón: la difusa pero incisiva insatisfacción personal de tener que ocupar el lugar de madre con sus propios maridos. Aquí lo que se condensa es el malestar por lo que perciben como la dificultad de los hombres para ocupar un lugar distinto al del niño dependiente en la gestión de la cotidianidad práctica y afectiva”. (Araujo & Martuccelii, 2012, págs. 150-151), visión que coincide con lo que cita Mills del discurso de la parlamentaria Abbott, en cuanto a la eterna adolescencia fanfarrona que el modelo patriarcal ha cultivado. Esto ha contribuido a la construcción de la imagen femenina y en especial de la madre como una figura sagrada y por lo tanto despojada de su humanidad y de lo falible de esa calidad[7]. Ya durante el siglo XX la hegemonía masculina expresaba su poder a través de los medios de comunicación masivas, por cuanto en ellos se imponían características como la rudeza, la fuerza y la nula necesidad de expresar emociones que no sean de triunfo o relativas a la dominación[8].

La crisis sí está identificada en el estudio más reciente de Araujo & Martuccelli, en que se identifican varios puntos de angustia en torno al rol de padre en una sociedad de consumo. Hay que, cumplir con pautas de comportamiento, demostrar ciertos atributos como  capacidad de protección, solidaridad con su familia y amigos, dignidad (que Olavarría y Valdés identifican como una dignidad que se cuida entre hombres, porque rebajarse ante una mujer es indigno por cuanto ser inferior[9]), entre otras características. “Un padre debe amar a sus hijos, claro, pero por sobre cualquier cosa el padre asume responsabilidades […] La ansiedad es evidente” (Araujo & Martuccelii, 2012, pág. 155).

En resumen, los hombres “sienten que la sociedad los ha vuelto irrelevantes porque las mujeres pueden sobrevivir económicamente sin ellos” (Mills, 2013), pero desde los estudios de la masculinidad, “[…] la idea de que lo patriarcal no es lo masculino, ni lo masculino un modelo único limitado por la biología” (Martín, 2007, pág. 103), es lo ha llevado a la construcción de una masculinidad única, que es la expresada en el artículo en cuestión.

El feminismo y los estudios de género ha sido experiencias transformadoras de la sociedad, la cultura y las estructuras mentales de los individuos; aceptar que existen diversas maneras de ser hombres, debiera contribuir a entender por qué “en algunos aspectos hay dolor. Esto, en el ámbito de las relaciones de pareja y en la familia. Se sienten atrapados en una máquina más amplia que no controlan, cuando están habituados a dirigir y sobre sus vidas” (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 34).

Como dijera Sara Martín, “se trata de particularizar, de desuniversalizar lo masculino, del mismo modo que otros factores que determinan la identidad (feminidad, orientación sexual, raza, credo, clase social) están particularizados” (2007, pág. 101). Aquello, en relación al trabajo, “Para estos varones (populares), el trabajo hace al hombre y el hombre es del trabajo” (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 27), pero como dijera Beauvoir en torno a las mujeres, “…No hay que creer que la simple yuxtaposición del derecho a votar y de un oficio constituya una perfecta liberación: el trabajo hoy no es la libertad” (De Beauvoir, 1949/2012, pág. 657).

El patriarcado oprime a las mujeres, a las distintas formas de ser mujer, y lo hace de una manera mucho más evidente de lo que reprime a los hombres, pero para ellos, las estructuras, formas y campos de dominación, son todavía más oscuros, todavía más perfectos por su actuar silencioso y por la manera en que se ha ganado la confianza de la sociedad en general.


Bibliografía


Araujo, K., & Martuccelii, D. (2012). Desafíos comunes. Retrato de la sociedad chilena y sus individuos. Tomo II. Santiago: Lom.
De Beauvoir, S. (1949/2012). El segundo sexo. Buenos Aires: Random House Mondadori.
Lamas, M. (1999). Usos, dificultades y posibilidades de la categoría género. Papeles de Población, 147-178.
Martín, S. (2007). Los estudios de la masculinidad. En M. Torras, Cuerpo e Identidad I (págs. 89-112). Barcelona: UAB.
Mills, E. (01 de Octubre de 2013). La crisis de la masculinidad. Revista Ya, El Mercurio, págs. 54-56.
Olavarría, J., & Valdés, T. (1998). Ser hombre en Santiago de Chile; a pesar de todo, un mismo modelo. En J. Olavarría, & T. Valdés, Masculinidades y equidad de género en América Latina (págs. 12-35). Santiago: FLACSO-Chile.
Salazar, G. (2006/2009). Ser niño "huacho" en la historia de Chile (Siglo XIX). Santiago de Chile: Lom.






[1]“¡Pobre papá! Daba lástima. A veces, como merodeando, aparecía por el rancho de mamá. Como un proscrito culpable, corrido, irresponsable. Despojado de su tonta aureola legendaria. Traía regalos, claro, algo para mamá: una yegua, un cabrito, una pierna de buey”. (Salazar, 2006/2009, pág. 23)

[2]“La mayoría de las mujeres que trabajan no se evaden del mundo femenino tradicional; no reciben de la sociedad, ni de sus maridos, la ayuda que les sería necesaria para convertirse concretamente en iguales a los hombres(De Beauvoir, 1949/2012, pág. 676).

[3]“Scott distingue los elementos del género, y señala cuatro principales: Los símbolos y los mitos culturalmente disponibles que evocan representaciones múltiples; Los conceptos normativos que manifiestan las interpretaciones de los significados de los símbolos […] (doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales, políticas); Las instituciones y organizaciones sociales de las relaciones de género-La identidad”. (Lamas, 1999, pág. 149)

[4] El concepto de masculinidad hegemónica “sirve para explicar la estructuración jerárquica de los distintos modelos masculinos bajo el patriarcado dominante […] Connell había presentado ya la masculinidad como una conducta que se construye y ejerce bajo distintos grados de presión social y no como algo intrínseco al cuerpo masculino” (Martín, 2007, pág. 94)

[5] En torno a los roles de género, “El trabajo crítico y deconstructivista feminista ha aceptado que los seres humanos estamos sometidos a la cultura y al inconsciente” (Lamas, 1999, pág. 164)

[6]“No es cosa de maravillarse, sin embargo, por el comportamiento irresponsable de Mateo Vega. Porque cuando se tenía un padre como ese Mateo, es decir: un simple ‘peón’, entonces había que hacerse la idea de que papá no era sino un accidente –o una cadena de incidentes- en las vidas de su prole. Pues los hombres como Mateo no formaban familia. Se sentían compelidos, más bien, a ‘andar la tierra’. En camino a otros valles, de vuelta a otros fundos, en busca de vetas escondidas. Escapando a los montes. Atravesando la cordillera. Apareciendo, desapareciendo” (Salazar, 2006/2009, pág. 21)

[7] “Entre los varones populares, esta madre asexuada es la misma mujer admirada por casi todos ellos, que muchas veces sacó adelante el hogar, pese a la ausencia, violencia y/o alcoholismo del padre o conviviente” (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 19).

[8]“Susan Jeffords definió los 80 como una época dominada por una combinación de política ultraconservadora republicana y culto al cuerpo hipermasculinizado de estrellas masculinas como Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger” (Martín, 2007, pág. 93)

[9]“[…] competir con una mujer es rebajarse, afecta su dignidad de varón porque, por definición, es una inferior” (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 17).

1 comentario:

  1. "El patriarcado oprime a las mujeres de un amanera más evidente que a los hombres"; pero los indices de bienestar y malestar más importantes, y que afectan al derecho a la vida, muestran lo opuesto: La esperanza de vida, variable fundamental (y que tiene un componente antropo-sociológico evidente e invisibilizado )presenta un diferencial de género pro-femenino permanente,aunque algo oscilante históricamente (lo que debería estudiarse desde una p.de vista de género).El hecho , muy fundamental, de que las mujeres sean mayoría desproporcionada en los estratos más ricos, en tanto los hombres lo son en los más pobres (cf. índices de masculinidad en Chile: las comunas más ricas sonlos lugares con mayor porcentaje de mujeres ¿al igual que en todo el mundo? ; las comunas más pobres, los lugares con mayor población masculina ; hecho escandalosamente contradictorio con la imagen que se ha esparcido hoy. Las probabilidades de ser asesinado, son enormemente mayores para un hombre. Entre los "extremadísimamente pobres" (quienes viven en las calles y carecen de hogar) un 90% son hombres (cf., p.ej., distribución por género de los asilados de "Hogar de Cristo") ;mismo porcentaje que entre los drogadictos, encarcelados, vagabundos en general, criminales, etc..
    Atribuir esos diferenciales a razones exclusivamente biológicas es de un simplismo que asombra.

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