jueves, 28 de noviembre de 2013

Género, masculinidad y homosexualidad. A propósito del caso Zamudio

Daniel Garcés Romero


El día lunes 28 de Octubre, se dio a conocer la sentencia de los autores del crimen contra Daniel Zamudio, joven homosexual que fue asesinado por la homofobia de sus victimarios. Pero más que fuera solo una noticia y una anécdota de los diarios policiales, fue sin duda uno de los acontecimientos que remecieron al mundo político, generándose lo que actualmente conocemos como “Ley antidiscriminación”.

Sin embargo existe un contexto en el que nuestra sociedad aún avanza, plenamente en materia de igualdad y tolerancia social, pero sería interesante intentar conocer por qué se da este comportamiento – de discriminación y violencia – sobre el mundo homosexual, sobre todo desde la perspectiva de género y las Masculinidades.

ESTUDIOS DE GÉNERO


Desde los importantes aportes de Money y Stoller en la conceptualización sobre el género, se ha podido instalar las bases para la elaboración de nociones complejas, que dieran cuenta sus múltiples dimensiones.
El origen de los estudios de género se da desde el feminismo académico de los años 70, en donde se intentar articular las diversas disciplinas sociales y donde el rol de la mujer ha generado conclusión académica:

“La denominada segunda ola de Feminismo (ubicada haca la mencionada década) jugó un papel central en la visualización de la desigualdad de las mujeres como sujetos de derecho (…) se le colocaba ahora sobre la mesa el derecho a controlar su cuerpo.” (Güida & López, 2000)

El propio surgimiento de los Estudios de la Mujer, estuvo involucrado en la mirada crítica a la concepción antropocéntrica y falocéntrica de la ciencia, y a su vez, intentar visibilizar la situación en la que se encontraban las mujeres en el mundo.

A partir de los años 80, surgen los primeros estudios sobre masculinidad en los Estados Unidos, Inglaterra, Canadá y Alemania. Ha surgido como una respuesta a la mismo intento de construcción social que se ha visto enfrentado los estudios Feministas, reconociendo su importancia y su valor relacional al momento de conocer sobre la categoría de género.

Es así como López y Güida (2000) señalan que los Estudios sobre Masculinidad surgen desde la producción teórica de las intelectuales feministas, de antropólogos que estudian el género en diversas culturas y de historiadores. Se diferencian de los Estudios de la Mujer y de los Estudios de Género, por no contar con un movimiento social paralelo, como ha sucedido con los estudios y el movimiento de mujeres. Es una producción sin militancia paralela en el cual sea posible analizar o sustentar con recursos teóricos.

 MASCULINIDAD Y LA HOMOSEXUALIDAD


"Generalmente los machos aprenden lo que no deben ser para ser masculinos. Muchos niños definen de manera muy simple lo que deben ser: lo que no es femenino" (Güida & López, 2000).

La identificación y la construcción de la masculinidad es un proceso complejo, es así como varios autores han concluido que esta construcción es necesario sortear en tres etapas el abandono de la feminidad, puesto que primero que todo, lo femenino es “natural”.

Es por ello que los hombres encuentran mediante rituales de diversos tipos, como por ejemplo, los deportes extremos y violentos, intentan a través de estos espacios confirmar su masculinidad y no generar ambigüedad en los propios compañeros, para así generar y consolidar relaciones homosociales.

El solo hecho de observar estas acciones o rituales recrea actitudes y  comportamientos confirmatorios: el lenguaje, las modalidades de demostrar y transmitir  afectos, la competitividad. Las imágenes masculinas del poder están asociadas a la dominación sobre otro en este lenguaje androcéntrico y falo céntrico. 
Es por eso que es posible decir que la masculinidad se construye como huida de lo femenino, como homofobia y como validación homosocial (Kimmel, 1997).
Joe Kort (2003) en su libro “10 consejo para un hombre gay”, señala en uno de sus capítulos cómo la masculinidad se construye como la huida de lo femenino y la homofobia:

 “Cuando ve que sus profesores, sus padres y otras figuras de autoridad practican la homofobia y el heterosexismo, el joven gay aprende a ocultarse. En realidad, puede que ocultarse sea una reacción inteligente por su parte, porque salir del armario – en un lugar inoportuno y en una época inadecuada- puede traer consigo el ostracismo y, el insulto e incluso el maltrato físico y psicológico” (Kort, 2005)

Es por eso que la homofobia surge de la represión del deseo de otro, del temor a la homosexualidad y a ser signado como homosexual. Vinculado con el sexismo y al androcentrismo falocéntrico, esto produce que el ser heterosexual se vea incitado a generar a una respuesta de una violencia sexual. La violencia masculina puede ser analizada en tres categorías: hacia sí mismo, hacia las mujeres, hacia otros hombres (Kimmel, 1997).

Por otra parte, Kimmel (1997) sostiene que la masculinidad al ser una construcción cultural, la torna frágil. En esta dirección, analizando los actos de violencia sexual y doméstica perpetrados por varones afirma que son una demostración de la necesidad de confirmación del ser varón, al mismo tiempo que prácticas de ejercicio de la dominación.

 APRECIACIONES FINALES


Hablar de lo masculino y lo femenino desde un enfoque de género implica asumir que son las propias culturas quienes construyen los modos de ser mujer y de ser hombre. Asumir  la idea de complemento o de antagonismos entro lo femenino y lo masculino es una respuesta que se da en un pensamiento dualista dicotómico de lo femenino-masculino en el mundo occidental.

Es por ello que el propio feminismo y los estudios de género parten de una temática totalmente contrapuesta: La Igualdad y la  Diferencia. Se podría señalar que es en este punto donde es posible vincular los estudios constructivistas y esencialistas como posturas epistemológicas coherentes al momento de investigar estas temáticas.

La hegemonía masculina supone un  modelo que se intenta dar una autovalidación de la identidad masculina y regula las relaciones genéricas de la sociedad (no solamente lo masculino y lo femenino), intentando con estos rituales, validar a este individuo en su identificación heterosexual como una construcción social, y este trabajo debe ser constante, por lo que cualquier medio es válido, incluso la agresión y la homofobia.

El caso Zamudio solo representa lo que en el espectro social pasa día tras día, en un contexto en donde el heterosexual (y la heteronomía) necesita validarse a sí mismo mediante sus mecanismos coercitivos tales como la discriminación y la violencia de género. Se rumorea que uno de los victimarios de la muerte de Daniel no es heterosexual, lamentablemente no fue posible encontrar información que acredite esta afirmación.

Por último, nuevas preguntas surgen de esta temática: cómo el modelo sexual hegemónico es validado por las mismas víctimas y este comportamiento se ven reflejado en estos grupos, los propios estereotipos homosexuales y su relación con el antropocentrismo.
                                                                                        

Bibliografía 



Güida, C., & López, A. (2000). Aportes de los Estudios de Género en la conceptualización de la masculinidad. Montevideo: Universidad de la República.

Kimmel, M. (1995). El desarrollo (de género) del subdesarrollo (de género): La producción simultánea de masculinidades hegemónicas y dependientes en Europa y Estados Unidos. En T. Valdés, & J. Olavarría, Masculinidades y Equidad de género en Latinoamérica (págs. 207-217).

Kort, J. (2005). 10 consejos básicos para el hombre gay. Bilbao: Egales.

Martín, S. (2007). Los estudios sobre la Masculinidad: Una nueva mirada al hombre a partir del feminismo. Barcelona: Ediciones UAB.

Misael, O. (2008). Estudios sobre Masculinidades: Aportes desde américa latina. Revista de antropología Experimental, 67-73.

Soto, K. (28 de Octubre de 2013). Condenas en caso Zamudio fueron recibidas con irónicos aplausos de los principales imputados. La Tercera.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Sobre los géneros: multiplicidad y fluidez.

Natalia Astudillo Guerra

“Tuve que abandonar el hogar para poder encontrarme a mí misma, encontrar mi propia naturaleza intrínseca, enterrada bajo la personalidad que me había sido impuesta. (…)En lugar de planchar las camisas de mis hermanos pequeños o de limpiar los armarios, pasaba largas horas estudiando, leyendo, pintando, escribiendo. Cada pedacito de confianza en mí misma que laboriosamente lograba reunir, recibía una paliza diaria. No había nada de mí que mi cultura aprobara. Había agarrado malos pasos. Something was «wrong» with me. Estaba más allá de la tradición.” (Anzaldúa, 2004:72)

Si el feminismo tiene como propósito emancipar a los géneros en relación a la opresión que provocan las culturas patriarcales al delinear de forma binaria las identidades tanto de mujeres como de hombres,  debe comprender algo implícito en este propósito. Si para Facio (s.f) el objetivo del feminismo es “transformar la situación de subordinación de las mujeres en todo el mundo.” (p: 5) y para Kaufman (1995) “(…) el patriarcado existe no sólo como un sistema de poder de los hombres sobre las mujeres,  sino de jerarquías  de poder  entre  distintos  grupos  de hombres y también entre diferentes  masculinidades.” (p: 127), es que se hace necesario comprender de forma efectiva que no solo es necesario romper esta dualidad hombre-mujer y las relaciones de poder que representan, sino que comprender que dentro de estas mismas categorías existen distintas configuraciones de las identidades de géneros, en decir, es necesario que lxs feministas adjunten a su vocabulario esta multiplicidad de los géneros.

El género ya sea entendido como una relación social (Scott, 1996) o como aquello que siempre fue sexo (Butler, 2009) viene dado por las características de cada cultura patriarcal; esta multiculturalidad no deja de ser importante cuando desde el mismo feminismo se cuestionan prácticas culturales sin considerar las distintas formas en que se puede ejercer machismo y casi arguyendo grados de éste ¿Qué sentido tiene cuestionar el exceso de ropa de las mujeres orientales cuando en occidente la violencia es ejercida por una desnudez al servicio de una cultura igual de machista? En relación a esta pregunta hay dos desafíos que plantea Butler (2009): pensar en la necesidad de un sujeto del feminismo, entendiendo su pluralidad y  pensar en que esa “representación” no necesita darse por sentado.

Considerando lo anterior es que es necesario problematizar los componentes y lo que se entiende por identidad de género, varias autoras lo han tratado, pero desde distintas apreciaciones que llegan a un mismo punto: la necesidad de contrarrestar un sujeto del feminismo que considere a la mujer como un concepto unitario e inamovible.

En primer lugar, según lo que señala Montecino (1996) la identidad de género sería un cruce de variables se es mujer en una sociedad determinada, pero simultáneamente se puede ser joven (categoría de edad), indígena (categoría étnica), pobre (categoría de clase) (p: 188). Siguiendo esta lógica Facio (s.f.) señala que ésta identidad “(…) no se construye aislada de otras categorías sociales como la raza/etnia o la clase socioeconómica y es calificada por la edad, la orientación sexual, el grado de capacidad/habilidad, la nacionalidad, etc.” (P: 12-13)


En segundo lugar, la identidad de género debe desdibujar los bordes binarios que impone la cultura heteronormativa, puesto que como señala Lagarde (1990)  “Vivir en el mundo patriarcal hace a las mujeres identificarse y desidentificarse con las mujeres, con los hombres, con lo masculino y con lo femenino. No viven una identificación directa con la mujer y lo femenino, ni está excluida su identificación con los hombres y con lo masculino.” (pág. 3)

En tercer lugar, la identidad de género debe concebirse como un concepto múltiple y fluido, tal como señala Mayobre (2006) al hablar de las filósofas feministas, estableciendo que éstas “a la hora de reinventarse a sí mismas y de presentar nociones de subjetividad alternativas no recurren a conceptos como ser, sustancia, sujeto etc. sino a categorías conceptuales como fluidez, multiplicidad, intercorporalidad, nomadismo” (pág. 6).


Y en cuarto lugar,  la identidad de género es performativa, lo que en palabras de Butler (2009) sería: “no existe una identidad de género detrás de las expresiones de género; esa identidad se construye performativamente por las mismas «expresiones» que, al parecer, son resultado de ésta.” (pág. 85). Es decir, existe una relación contante entre la identidad de género y sus expresiones, donde por ejemplo, el ser madre no viene dado por el género femenino, sino que el ser madre interactúa con el ser mujer, al mismo tiempo que lo integra.

En suma, la identidad de género cruza variables - ya sean de raza, clase o edad-, trasciende los bordes binarios de la cultura patriarcal y es una identidad en constante fluidez, lo que la hace múltiple y performativa.

¿Por qué tener cuidado con estos lineamientos?

Porque para comprender los asuntos pendientes en la lucha feminista, debemos partir por considerar que existen múltiples opresiones ligadas a estas múltiples identidades (INSTRAW, 2005). Por otra parte, pensar en una identidad constante y única lleva a errores como:

  • ·         Pensar en una unificación de las identidades de género por razón geográfica, como lo señala Valdés (1991)  al decir que  “Hablar de ‘la mujer latinoamericana’ es de por sí una osadía” (pág. 15).
  • ·         No comprender las categorías que componen la identidad de género y generalizar demandas, un ejemplo a esta situación es lo que recalca Kambel (2004): “(…) muchas mujeres indígenas consideran que el hecho de ser indígenas constituye el mayor obstáculo que impide que disfruten sus derechos humanos – y no precisamente el hecho de ser mujeres” (pág. 3)
  • ·         Caer en etnocentrismos al momento de generar críticas feministas hacia otras culturas patriarcales, esto se ha producido especialmente al analizar el patriarcado oriental; en este sentido, Guerra (2008) nos habla del “síndrome de la misionera” que se plantea como objetivo salvar a las “ignorantes y sometidas” del Tercer Mundo.

Ante esas situaciones contraproducentes para la lucha feminista, cabe rescatar la crítica que hace Butler (2009): “insistir en la coherencia y la unidad de la categoría de las mujeres ha negado, en efecto, la multitud de intersecciones culturales, sociales y políticas en que se construye el conjunto concreto de <<mujeres>>.” (pág. 67). En conclusión, el llamado es a considerar las aproximaciones teóricas aquí esbozadas en cuanto a la construcción de las identidades de género, y por ende, de los sujetos del feminismo.


Bibliografía

Anzaldúa, G. (2004). Movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan. Madrid: Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras.

Butler, Judith. (1999). El género en disputa. Barcelona: Paidós

Facio, Alda. (n.d.). Feminismo, Género y Patriarcado. Extraído de http://cidem-ac.org/PDFs/bibliovirtual/VIOLENCIA%20CONTRA%20LAS%20MUJERES/Genero,%20Derecho%20y%20Patriarcado.pdf

Guerra, María. (2008). Culturas y género: prácticas lesivas, intervenciones feministas y derechos de las mujeres. En Revista de Filosofía Moral y Política Nº 38, (pp. 61-76)

INSTRAW. (2005). Género, gobernabilidad y participación política de las mujeres. Extraído de http://www.uninstraw.org/jdata/images/files/marco/marcoreferencia_instraw_sp.pdf

Kambel, Ellen-Rose. (2004). Guía sobre los derechos de la Mujer indígena bajo la convención internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer.

Kaufman, Michel. (1995). Los hombres, el feminismo y las experiencias contradictorias del poder entre los hombres. En género e identidad Ensayos sobre lo femenino y lo masculino. (pp. 123 – 146)

Lagarde, Marcela. (1990). Identidad femenina. Extraído de http://webs.uvigo.es/xenero/profesorado/purificacion_mayobre/identidad.pdf

Mayobre, Purificación. (2006) La formación de la Identidad de Género - Una mirada desde la filosofía extraído de http://areasgyr.files.wordpress.com/2011/03/genero-identidad.pdf

Montecino, Sonia. (1996). Identidades de género en América Latina: mestizajes, sacrificios, y simultaneidades. Debate Feminista, 187-200.

Scott, Joan. (1996). El género: una categoría útil para el análisis histórico. Extraído de http://www.cholonautas.edu.pe/modulo/upload/scott.pdf


Valdés, A. (1991). Mujeres, culturas, desarrollo (perspectivas desde América Latina). Santiago: Serie Mujer y Desarrollo.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Masculinidad (hegemónica) en crisis, desuniversalizar el modelo.


Priscila González Badilla

En la Revista Ya, de El Mercurio (suplemento de circulación semanal), apareció un día de octubre con un artículo tomado de The Sunday Times, traducido como “La crisis de la masculinidad”.

En el artículo de tres páginas, se ofrece una visión compasiva de la aparente “crisis” de los roles de género, más que de la masculinidad. Se señala que la independencia femenina ha derribado los “estándares que definen lo que se espera de un hombre”, como si esos estándares no fueran, de por sí, construcciones sociales en un contexto y con una historia perfectamente relatable.

La autora del artículo señala que la parlamentaria británica Diane Abbott argumenta que la crisis vivida hoy “Es el resultado de una ‘cultura del Jack Daniels y del Viagra’, en la que los niños crecen demasiado rápido, pero nunca llegan a ser adultos maduros, sino que permanecen en una eterna adolescencia fanfarrona” (Mills, 2013).

 “Papá” ha sido más una imagen legendaria en los sectores populares más que el modelo que hoy está en “crisis”. Como proveedor, ha sido inestable y quien permaneció junto a la prole fue la madre, aunque no como una imagen sacralizada, sino tan solo por el hecho de que para las madres desprenderse de sus hijos no es un asunto tan sencillo[1].


La historia ha mitificado el papel de las mujeres en el mundo laboral. Se habla en la actualidad de “la inserción de la mujer en el mercado del trabajo”, cuando, desde el género y la clase es una perspectiva injusta: las mujeres, especialmente las mujeres de clases populares siempre han estado a cargo de proveer de seguridad, alimento y afecto a los hijos y demás seres de cuidado y dependencia.  Desde el campo al rancho y a la industria, las mujeres no esperaron a depender de un hombre para sobrevivir: “Algo cambió la situación después de 1860. La industria manufacturera comenzó a desarrollarse en varias ciudades y muchas mujeres ‘abandonadas’ hallaron en el trabajo asalariado una vía de escape a la servidumbre perpetua en que se hallaban sumidas […]. Ganar un ‘salario’, aunque fuera de explotación, significaba para ellas independencia, la posibilidad de trabajar en casa junto a sus hijos, de comprar su propia máquina de coser y de acabar con su larga historia de servidumbres ‘a ración y sin salario’”. (Salazar, 2006/2009, págs. 42-43).

En muchas representaciones sociales, el padre es la figura de autoridad y referente familiar: “[…] Pero esta función estatutaria (y muchas veces autoritarias) del padre está acompañada en los relatos por su lejanía en todo lo referente a la organización cotidiana de la familia. El ‘padre de antes’, como terminaron diciendo algunos, o sea el padre de los que hoy tienen entre 40 y 55 años, se caracterizaba por una carga simbólica indiscutida, pero su figura estaba marcada, también, por una inexistencia cotidiana casi absoluta. Una ausencia que terminaba por poner en cuestión su solidez” (Araujo & Martuccelii, 2012, pág. 148). 

Más injusto aún ha sido la subvaloración de las mujeres en tanto trabajadoras y cuidadoras de las funciones reproductivas, tal como ya hace poco más de 60 años, Simone de Beauvoir expresaba en El segundo sexo. [2] La crisis de la masculinidad giraría en torno a los roles de género articulados en un sistema de sexo-género[3] llevado en apariencia a un plano natural; los roles de cada género constituyen un mandato ineludible y emplazan a los individuos a hacerse cargo de su papel en el mundo, pero hoy desde los estudios de género entendemos que “Lo que define al género es la acción simbólica colectiva”. (Lamas, 1999, pág. 158).

Hablar de la crisis de la masculinidad, pone entredicho a los movimientos feministas, se cuestionan las transformaciones sociales que fueron impulsados por esa bandera, por cuanto Mills señala en su artículo que:“Sin embargo, a medida que los empleos estables, que garantizaron alguna vez las industrias pesadas y manufactureras, fueron desapareciendo y que el feminismo y las costumbres sociales cambiantes y el apoyo del Estado hicieron que fuera más aceptable para las mujeres ser madres solteras” (El énfasis es mío).
Para los estudios de género y de masculinidades, el fenómeno debe entenderse mediante la incorporación al análisis de la estructura patriarcal, opresora tanto de mujeres en un sentido evidente como de los hombres en un sentido más oculto, subyacente. Pero son sobre todo los hombres de sectores populares los que se limitan a un modelo hegemónico[4] opresor acerca de la manera de ser hombres.

Así, “El patriarcado limita la existencia del hombre a una lucha estéril por la adquisición del mayor poder posible, lucha que al favorecer tan solo a la cúspide de la pirámide jerárquica patriarcal genera necesariamente una frustración generalizada, origen de mucho sufrimiento psíquico y físico tanto de hombres insatisfechos e inseguros como de sus víctimas”. (Martín, 2007, pág. 100).

Los varones santiaguinos del estudio de Olavarría y Valdés (1998) no identifican que haya una masculinidad en  crisis. Si bien hay interrogantes, especialmente por parte de los hombres de sectores altos y medios altos en torno a los roles de género y a la construcción oprimida de su identidad como seres masculinos, no hay un cuestionamiento de fondo. “Los varones de sectores populares no consideran que la identidad masculina dominante esté en crisis” (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 17). A pesar de que “casi la totalidad de los varones siente que desde siempre han sido hombres, que tienen pene, que así nacieron y eso es suficiente, los identifica y los distingue de las mujeres”. (Olavarría & Valdés, 1998, págs. 14-15), se reconoce que, para lograr la adultez masculina, se deben seguir  pautas de conducta del género que de las que no pueden escapar, son requisito para probar la masculinidad ante la sociedad: “Para lograr la adultez, el varón requiere de la aceptación por parte de dos interlocutores indispensables: los otros hombres y las mujeres. Ambos son referentes con los que se compara en su proceso de hacerse hombre; se constituyen en garantes de su masculinidad, permitiéndole definirse como varón”. (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 16).

El artículo de la Revista Ya señala que el principal factor de crisis tiene relación con la pérdida de la masculinidad en torno al rol proveedor del varón en la familia. Tal modelo de familia es cuestionable como modelo natural en el que las personas deben crecer[5]. El rol proveedor tampoco se sustenta en la historia, menos aún en la historia de las clases populares[6]. La masificación del trabajo asalariado evidenció el doble trabajo de las mujeres por las familias, compuestas en su mayoría por la madre con los hijos, con un padre ausente. Ell salario femenino tiene una fuerte carga simbólica para los roles de género: “Para la mujer casada, el salario representa, en general, más que un complemento; para la ‘mujer que se hace ayudar’, es la ayuda masculina la que aparece como inesencial; pero ni una ni otra compran con su esfuerzo personal una independencia total […]  La mujer que se libera económicamente del hombre no se encuentra por ello en una situación moral, social y psicológica idéntica a la del hombre” (De Beauvoir, 1949/2012, pág. 677).

Como si esto fuera poco, Araujo & Martuccelli han identificado a ciertos aspectos de la relación de pareja de los chilenos en torno al cuidado de los maridos por parte de las mujeres: “Ser madre del marido aumenta la ya abultada agenda de tareas prácticas y emocionales. Otra razón: la difusa pero incisiva insatisfacción personal de tener que ocupar el lugar de madre con sus propios maridos. Aquí lo que se condensa es el malestar por lo que perciben como la dificultad de los hombres para ocupar un lugar distinto al del niño dependiente en la gestión de la cotidianidad práctica y afectiva”. (Araujo & Martuccelii, 2012, págs. 150-151), visión que coincide con lo que cita Mills del discurso de la parlamentaria Abbott, en cuanto a la eterna adolescencia fanfarrona que el modelo patriarcal ha cultivado. Esto ha contribuido a la construcción de la imagen femenina y en especial de la madre como una figura sagrada y por lo tanto despojada de su humanidad y de lo falible de esa calidad[7]. Ya durante el siglo XX la hegemonía masculina expresaba su poder a través de los medios de comunicación masivas, por cuanto en ellos se imponían características como la rudeza, la fuerza y la nula necesidad de expresar emociones que no sean de triunfo o relativas a la dominación[8].

La crisis sí está identificada en el estudio más reciente de Araujo & Martuccelli, en que se identifican varios puntos de angustia en torno al rol de padre en una sociedad de consumo. Hay que, cumplir con pautas de comportamiento, demostrar ciertos atributos como  capacidad de protección, solidaridad con su familia y amigos, dignidad (que Olavarría y Valdés identifican como una dignidad que se cuida entre hombres, porque rebajarse ante una mujer es indigno por cuanto ser inferior[9]), entre otras características. “Un padre debe amar a sus hijos, claro, pero por sobre cualquier cosa el padre asume responsabilidades […] La ansiedad es evidente” (Araujo & Martuccelii, 2012, pág. 155).

En resumen, los hombres “sienten que la sociedad los ha vuelto irrelevantes porque las mujeres pueden sobrevivir económicamente sin ellos” (Mills, 2013), pero desde los estudios de la masculinidad, “[…] la idea de que lo patriarcal no es lo masculino, ni lo masculino un modelo único limitado por la biología” (Martín, 2007, pág. 103), es lo ha llevado a la construcción de una masculinidad única, que es la expresada en el artículo en cuestión.

El feminismo y los estudios de género ha sido experiencias transformadoras de la sociedad, la cultura y las estructuras mentales de los individuos; aceptar que existen diversas maneras de ser hombres, debiera contribuir a entender por qué “en algunos aspectos hay dolor. Esto, en el ámbito de las relaciones de pareja y en la familia. Se sienten atrapados en una máquina más amplia que no controlan, cuando están habituados a dirigir y sobre sus vidas” (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 34).

Como dijera Sara Martín, “se trata de particularizar, de desuniversalizar lo masculino, del mismo modo que otros factores que determinan la identidad (feminidad, orientación sexual, raza, credo, clase social) están particularizados” (2007, pág. 101). Aquello, en relación al trabajo, “Para estos varones (populares), el trabajo hace al hombre y el hombre es del trabajo” (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 27), pero como dijera Beauvoir en torno a las mujeres, “…No hay que creer que la simple yuxtaposición del derecho a votar y de un oficio constituya una perfecta liberación: el trabajo hoy no es la libertad” (De Beauvoir, 1949/2012, pág. 657).

El patriarcado oprime a las mujeres, a las distintas formas de ser mujer, y lo hace de una manera mucho más evidente de lo que reprime a los hombres, pero para ellos, las estructuras, formas y campos de dominación, son todavía más oscuros, todavía más perfectos por su actuar silencioso y por la manera en que se ha ganado la confianza de la sociedad en general.


Bibliografía


Araujo, K., & Martuccelii, D. (2012). Desafíos comunes. Retrato de la sociedad chilena y sus individuos. Tomo II. Santiago: Lom.
De Beauvoir, S. (1949/2012). El segundo sexo. Buenos Aires: Random House Mondadori.
Lamas, M. (1999). Usos, dificultades y posibilidades de la categoría género. Papeles de Población, 147-178.
Martín, S. (2007). Los estudios de la masculinidad. En M. Torras, Cuerpo e Identidad I (págs. 89-112). Barcelona: UAB.
Mills, E. (01 de Octubre de 2013). La crisis de la masculinidad. Revista Ya, El Mercurio, págs. 54-56.
Olavarría, J., & Valdés, T. (1998). Ser hombre en Santiago de Chile; a pesar de todo, un mismo modelo. En J. Olavarría, & T. Valdés, Masculinidades y equidad de género en América Latina (págs. 12-35). Santiago: FLACSO-Chile.
Salazar, G. (2006/2009). Ser niño "huacho" en la historia de Chile (Siglo XIX). Santiago de Chile: Lom.






[1]“¡Pobre papá! Daba lástima. A veces, como merodeando, aparecía por el rancho de mamá. Como un proscrito culpable, corrido, irresponsable. Despojado de su tonta aureola legendaria. Traía regalos, claro, algo para mamá: una yegua, un cabrito, una pierna de buey”. (Salazar, 2006/2009, pág. 23)

[2]“La mayoría de las mujeres que trabajan no se evaden del mundo femenino tradicional; no reciben de la sociedad, ni de sus maridos, la ayuda que les sería necesaria para convertirse concretamente en iguales a los hombres(De Beauvoir, 1949/2012, pág. 676).

[3]“Scott distingue los elementos del género, y señala cuatro principales: Los símbolos y los mitos culturalmente disponibles que evocan representaciones múltiples; Los conceptos normativos que manifiestan las interpretaciones de los significados de los símbolos […] (doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales, políticas); Las instituciones y organizaciones sociales de las relaciones de género-La identidad”. (Lamas, 1999, pág. 149)

[4] El concepto de masculinidad hegemónica “sirve para explicar la estructuración jerárquica de los distintos modelos masculinos bajo el patriarcado dominante […] Connell había presentado ya la masculinidad como una conducta que se construye y ejerce bajo distintos grados de presión social y no como algo intrínseco al cuerpo masculino” (Martín, 2007, pág. 94)

[5] En torno a los roles de género, “El trabajo crítico y deconstructivista feminista ha aceptado que los seres humanos estamos sometidos a la cultura y al inconsciente” (Lamas, 1999, pág. 164)

[6]“No es cosa de maravillarse, sin embargo, por el comportamiento irresponsable de Mateo Vega. Porque cuando se tenía un padre como ese Mateo, es decir: un simple ‘peón’, entonces había que hacerse la idea de que papá no era sino un accidente –o una cadena de incidentes- en las vidas de su prole. Pues los hombres como Mateo no formaban familia. Se sentían compelidos, más bien, a ‘andar la tierra’. En camino a otros valles, de vuelta a otros fundos, en busca de vetas escondidas. Escapando a los montes. Atravesando la cordillera. Apareciendo, desapareciendo” (Salazar, 2006/2009, pág. 21)

[7] “Entre los varones populares, esta madre asexuada es la misma mujer admirada por casi todos ellos, que muchas veces sacó adelante el hogar, pese a la ausencia, violencia y/o alcoholismo del padre o conviviente” (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 19).

[8]“Susan Jeffords definió los 80 como una época dominada por una combinación de política ultraconservadora republicana y culto al cuerpo hipermasculinizado de estrellas masculinas como Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger” (Martín, 2007, pág. 93)

[9]“[…] competir con una mujer es rebajarse, afecta su dignidad de varón porque, por definición, es una inferior” (Olavarría & Valdés, 1998, pág. 17).

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Configuración de la masculinidad hegemónica a través de la publicidad.

Fernanda Quiroga Celis

Si la ecografía durante el embarazo muestra que es niño, se compra ropa y amuebla la pieza del bebé con tonos celestes; si se decide no saber el sexo, las compras son en tonos verdes, amarillos, colores “neutros”. En cambio si el recién nacido es niña, se procede a vestirla en tonos rosas, ponerle accesorios en el poco pelo que tiene y mutilar sus orejas con perforaciones para pequeños aros. Durante la infancia la niña deberá jugar con muñecas y tazas de té plásticas, además de vestir un delantal celeste en el colegio; el niño sólo podrá jugar con pelotas, autos y figuras de acción, vistiendo una cotona café.
Las acciones descritas corresponden a la construcción simbólica colectiva de género que se establece en nuestra cultura, en la cual se fabrican las ideas de lo que deben ser y hacer hombres y mujeres desde el comienzo de sus vidas. Estos lineamientos conductuales definen los comportamientos “masculinos” para los hombres y “femeninos” para aquellas que nacen mujer.

Marta Lamas menciona que la incorporación de la identidad de género en los niños se realiza antes de que éstos reconozcan su diferencia sexual (por la forma en que son nombrados y por la ubicación que familiarmente se les ha dado). Además la autora hace la diferencia entre la identidad genérica y la identidad sexual, siendo la primera aquella que se construye históricamente y varía de cultura en cultura, dando diferentes características particulares a lo “femenino” y lo “masculino”, y la segunda aquella que se conforma mediante la reacción individual ante la diferencia sexual. (Lamas, 1999).

Se genera entonces una construcción de identidad diferentes para hombres y mujeres a lo largo de sus vidas, en las que se establecen características específicas para cada uno, como asociar la delicadeza a lo femenino y la violencia a lo masculino, cayendo en una construcción binaria de la sociedad en la que solo hace la diferencia hombre-mujer con sus respectivas cualidades y roles asignados.

Dentro de esta construcción social, los medios de comunicación y en particular la publicidad son un componente vital para la creación de estereotipos que crean y perpetúan en el tiempo características y roles de cada género, encasillando a cada individuo en determinadas maneras de ser y actuar. El problema verdadero surge cuando se plantea una connotación de desigualdad entre las características de cada  género, en particular cada vez que se presenta el perfil masculino como superior a lo que se corresponde con lo femenino.
Tal es el caso de la publicidad del desodorante Old Spice (Procter & Gamble) y su campaña que ha estado presente en paraderos del transporte público, gigantografías en las calles y con fuerte presencia en supermercados, hace un llamado a “oler como hombre”[1] en desmedro a los aromas típicamente asociados a las mujeres, como las fragancias de flores, constituyéndose así una práctica discriminatoria hacia las mujeres jóvenes y adultas, especialmente hacia las niñas.
A partir del contenido de la página de esta campaña se desprenden dos análisis, el primero radica en lo ya mencionado, la afirmación implícita de que para ser Hombre se deben rechazar todas las características de Mujer; y el segundo se plantea en la configuración del estereotipo de una única forma de “ser hombre”.

“Deja de oler como niñita”

Frases como ésta o “Deja de oler a caramelito”, “deja de oler a florcita” y “si la música que escuchas suena a niñita, es porque eres niñita” establece implícitamente que los aromas relacionados con características culturalmente femeninas son negativas y deben ser eliminadas del actuar de un hombre. Se genera una visión desigual y discriminatoria, en la que se pretende segmentar el público objetivo a partir de una denostación de quienes no lo son. Se presenta al hombre, a lo masculino, como oposición a la mujer y lo femenino, considerando que lo pertinente con las féminas es inferior.

Otro punto a analizar tiene relación con el rechazo a las características femeninas con el objeto de rescatar aquellos rasgos netamente masculinos que han ido mutando con el pasar del tiempo. Tal como plantea Lamas (1999), la construcción social del género va cambiando acorde a los distintos momentos históricos, ocurriendo en este caso en particular una “crisis de la masculinidad” a partir de factores como el rápido aumento de mujeres ingresando al campo laboral en trabajos que solían ser exclusivamente de hombres o la entrada éstos desde lo público hacia lo privado, generando un cambio de roles. Estas condiciones suelen amenazar el imaginario simbólico dominante de lo masculino y pretende rescatar lo que queda de éste, despojándose de toda vinculación con lo femenino e incluso con lo infantil.
Sara Martín analiza las repercusiones que tiene el patriarcado sobre la vida de los hombres y los sitúa como sujetos víctimas de este sistema al igual que las mujeres.

“Gran parte de la violencia causada por hombres no se debe a su posición de fuerza en el patriarcado sino a la frustración que sienten muchos hombres marginales por haber creído erróneamente que la masculinidad confiere automáticamente el derecho al dominio de otras personas (sobre todo mujeres y niños)” (Martín, 2007. P. 99)


…”Y huele a hombre”

El segundo punto a analizar tiene relación con el mensaje entregado por esta marca en cuanto a definir quiénes y quienes no son hombres. En la sección “Guía del Hombre”[2]  vincula que un verdadero hombre gusta de la cerveza y los deportes como el futbol, rugby y lucha libre, mencionando que de no ser así “eres una niñita”. O sea además de estar nuevamente haciendo una afirmación despectiva del ser niña-mujer, se plantea una única noción válida de ser hombre, negando la existencia de una multiplicidad de hombres con diferentes gustos y formas de ser. Se presenta entonces las características de llamado “modelo de masculinidad hegemónica” o “modelo normativo de masculinidad” (Valdés y Olavarría, 1997, citado en Misael, 2008. P.68), el cual impone a los hombres un modelo rígido a la subjetividad de cada individuo, imponiéndoles prescripciones y obligaciones muchas veces difíciles de cumplir.
El sociólogo australiano Bob Connell (1995) también desarrolla el concepto de “masculinidad hegemónica”, planteando a la masculinidad como una conducta que se construye y ejerce bajo distintos grados de presión social y no como algo intrínseco al cuerpo masculino.
“Ser hombre supone el problema de estar a la altura de un modelo extremadamente exigente porque fracasar supone el ostracismo dentro de la estructura patriarcal. Es por ello que los hombres, tanto o más que las mujeres, están obligados siempre a representar el papel de hombre y a ser juzgados por ello, teniendo serias dificultades para vivir una identidad alternativa”. (Connell citado en Martín, 2007. P 95).
Es por esto que los estudios de las masculinidades buscan acabar con la concepción hegemónica de “masculino” para pasar a hablar de “masculinidades”, en donde se dé cabida a las distintas formas de ser hombre. Esto pues la masculinidad hegemónica planteada termina por construir hombres homofóbicos, sexistas y racistas por cuanto deben luchar constantemente en demostrarse ante la sociedad y ante ellos mismos como “verdaderos hombres”. 


Por último es necesario mencionar que la existencia de publicidad de este tipo en Chile, viola marcos legales tanto nacionales como internacionales que buscan defender el principio de no discriminación. Campañas como estas refuerzan una cultura machista, y en consecuencia violenta contra las mujeres y niñas, incentivando y sobrevalorando lo masculino como superior a lo femenino, denigrando todas aquellos olores, sensaciones, imágenes y estímulos que culturalmente se asocian a “ser mujer”, expresado en “lo suave” (símbolo de la rosa, “lo delicado” (símbolo de la pluma), “lo infantil” (símbolo del oso de peluche) (Aceituno, 2012).

Se hace pertinente entonces acabar con publicidad sexista como esta, que además de violentar a las mujeres, presenta un estereotipo que los hombres deben seguir, influyendo principalmente en la creación de identidad de los niños y jóvenes que quedan expuestos  a la publicidad y su innegable codificación de la realidad. Se deben aprovechar los medios de comunicación para educar y formar personas que valoren las diferencias de cada individuo, sin juzgar a uno u otro como mejor, menos por el hecho de ser mujer o ser hombre. “La representación de las masculinidades normativas y alternativas en la ficción, el arte y los medios de comunicación es en este sentido un potentísimo instrumento de experimentación capaz de fomentar cambios positivos con mucha mayor eficacia incluso que la educación y la intervención institucional”.

Referencias

  • ·         Aceituno, D. (2012). Reclamo por publicidad sexista. Red chilena contra la violencia hacia las mujeres. Revisado el 30/10/2013. Disponible en: http://www.nomasviolenciacontramujeres.cl/node/1660
  • ·   De Barbieri, T. (1993). Sobre la categoría género: Una introducción teórico-metodológica. Debates sobre Sociología, N° 18, Universidad Autónoma de México.
  • ·         Lamas, M. (1999). Usos, dificultades y posibilidades de la categoría género. Revista Papeles de Población N 21. Universidad Autónoma del Estado de México, pp. 14-178.
  • ·     Martín, S (2007). Los estudios de la masculinidad. En Meri Torres (ed.) “Cuerpo e identidad”. Barcelona, España.
  • ·         Misael, Oscar (2008). Estudios sobre masculinidades; Aportes desde América Latina. Revista de antropología experimental N° 8, texto 5: 67-73.